martes, 26 de julio de 2011

TRATADO III "LAZARILLO DE TORMES"

TRATADO TERCERO Cómo Lázaro se asentó con un escudero, y de lo que le acaeció con él Desta manera me fue forzado sacar fuerzas de flaqueza y, poco a poco, con ayuda de las buenas gentes di comigo en esta insigne ciudad de Toledo, adonde con la merced de Dios dende a quince días se me cerró la herida; y mientras estaba malo, siempre me daban alguna limosna, mas después que estuve sano, todos me decían: "Tú, bellaco y gallofero eres. Busca, busca un amo a quien sirvas." "¿Y adónde se hallará ése -decía yo entre mí- si Dios agora de nuevo, como crió el mundo, no le criase? Andando así discurriendo de puerta en puerta, con harto poco remedio, porque ya la caridad se subió al cielo, topóme Dios con un escudero que iba por la calle con razonable vestido, bien peinado, su paso y compás en orden. Miróme, y yo a él, y díjome: "Mochacho, ¿buscas amo?" Yo le dije: "Sí, señor." "Pues vente tras mí -me respondió- que Dios te ha hecho merced en topar comigo. Alguna buena oración rezaste hoy." Y seguíle, dando gracias a Dios por lo que le oí, y también que me parecía, según su hábito y continente, ser el que yo había menester. Era de mañana cuando este mi tercero amo topé, y llevóme tras sí gran parte de la ciudad. Pasábamos por las plazas do se vendía pan y otras provisiones. Yo pensaba y aun deseaba que allí me quería cargar de lo que se vendía, porque ésta era propia hora cuando se suele proveer de lo necesario; mas muy a tendido paso pasaba por estas cosas. "Por ventura no lo ve aquí a su contento -decía yo- y querrá que lo compremos en otro cabo." Desta manera anduvimos hasta que dio las once. Entonces se entró en la iglesia mayor, y yo tras él, y muy devotamente le vi oír misa y los otros oficios divinos, hasta que todo fue acabado y la gente ida. Entonces salimos de la iglesia. A buen paso tendido comenzamos a ir por una calle abajo. Yo iba el más alegre del mundo en ver que no nos habíamos ocupado en buscar de comer. Bien consideré que debía ser hombre, mi nuevo amo, que se proveía en junto, y que ya la comida estaría a punto tal y como yo la deseaba y aun la había menester. En este tiempo dio el reloj la una después de mediodía, y llegamos a una casa ante la cual mi amo se paró, y yo con él; y derribando el cabo de la capa sobre el lado izquierdo, sacó una llave de la manga y abrió su puerta y entramos en casa; la cual tenía la entrada obscura y lóbrega de tal manera que parece que ponía temor a los que en ella entraban, aunque dentro della estaba un patio pequeño y razonables cámaras. Desque fuimos entrados, quita de sobre sí su capa y, preguntando si tenía las manos limpias, la sacudimos y doblamos, y muy limpiamente soplando un poyo que allí estaba, la puso en él. Y hecho esto, sentóse cabo della, preguntándome muy por extenso de dónde era y cómo había venido a aquella ciudad; y yo le di más larga cuenta que quisiera, porque me parecía más conveniente hora de mandar poner la mesa y escudillar la olla que de lo que me pedía. Con todo eso, yo le satisfice de mi persona lo mejor que mentir supe, diciendo mis bienes y callando lo demás, porque me parecía no ser para en cámara. Esto hecho, estuvo ansí un poco, y yo luego vi mala señal, por ser ya casi las dos y no le ver más aliento de comer que a un muerto. Después desto, consideraba aquel tener cerrada la puerta con llave ni sentir arriba ni abajo pasos de viva persona por la casa. Todo lo que yo había visto eran paredes, sin ver en ella silleta, ni tajo, ni banco, ni mesa, ni aun tal arcaz como el de marras: finalmente, ella parecía casa encantada. Estando así, díjome: "Tú, mozo, ¿has comido?" "No, señor -dije yo-, que aún no eran dadas las ocho cuando con vuestra merced encontré." "Pues, aunque de mañana, yo había almorzado, y cuando ansí como algo, hágote saber que hasta la noche me estoy ansí. Por eso, pásate como pudieres, que después cenaremos. Vuestra merced crea, cuando esto le oí, que estuve en poco de caer de mi estado, no tanto de hambre como por conocer de todo en todo la fortuna serme adversa. Allí se me representaron de nuevo mis fatigas, y torné a llorar mis trabajos; allí se me vino a la memoria la consideración que hacía cuando me pensaba ir del clérigo, diciendo que aunque aquél era desventurado y mísero, por ventura toparía con otro peor: finalmente, allí lloré mi trabajosa vida pasada y mi cercana muerte venidera. Y con todo, disimulando lo mejor que pude: "Señor, mozo soy que no me fatigo mucho por comer, bendito Dios. Deso me podré yo alabar entre todos mis iguales por de mejor garganta, y ansí fui yo loado della fasta hoy día de los amos que yo he tenido." "Virtud es ésa -dijo él- y por eso te querré yo más, porque el hartar es de los puercos y el comer regladamente es de los hombres de bien." "¡Bien te he entendido! -dije yo entre mí- ¡maldita tanta medicina y bondad como aquestos mis amos que yo hallo hallan en la hambre!" Púseme a un cabo del portal y saqué unos pedazos de pan del seno, que me habían quedado de los de por Dios. Él, que vio esto, díjome: "Ven acá, mozo. ¿Qué comes?" Yo lleguéme a él y mostréle el pan. Tomóme él un pedazo, de tres que eran el mejor y más grande, y díjome: "Por mi vida, que parece éste buen pan." "¡Y cómo! ¿Agora -dije yo-, señor, es bueno?" "Sí, a fe -dijo él-. ¿Adónde lo hubiste? ¿Si es amasado de manos limpias?" "No sé yo eso -le dije-; mas a mí no me pone asco el sabor dello." "Así plega a Dios" -dijo el pobre de mi amo. Y llevándolo a la boca, comenzó a dar en él tan fieros bocados como yo en lo otro. "Sabrosísimo pan está -dijo-, por Dios." Y como le sentí de qué pie coxqueaba, dime priesa, porque le vi en disposición, si acababa antes que yo, se comediría a ayudarme a lo que me quedase; y con esto acabamos casi a una. Y mi amo comenzó a sacudir con las manos unas pocas de migajas, y bien menudas, que en los pechos se le habían quedado, y entró en una camareta que allí estaba, y sacó un jarro desbocado y no muy nuevo, y desque hubo bebido convidóme con él. Yo, por hacer del continente, dije: "Señor, no bebo vino." "Agua es, -me respondió-. Bien puedes beber." Entonces tomé el jarro y bebí, no mucho, porque de sed no era mi congoja. Ansí estuvimos hasta la noche, hablando en cosas que me preguntaba, a las cuales yo le respondí lo mejor que supe. En este tiempo metióme en la cámara donde estaba el jarro de que bebimos, y díjome: "Mozo, párate allí y verás, cómo hacemos esta cama, para que la sepas hacer de aquí adelante." Púseme de un cabo y él del otro y hecimos la negra cama, en la cual no había mucho que hacer, porque ella tenía sobre unos bancos un cañizo, sobre el cual estaba tendida la ropa que, por no estar muy continuada a lavarse, no parecía colchón, aunque servía dél, con harta menos lana que era menester. Aquél tendimos, haciendo cuenta de ablandalle, lo cual era imposible, porque de lo duro mal se puede hacer blando. El diablo del enjalma maldita la cosa tenía dentro de sí, que puesto sobre el cañizo todas las cañas se señalaban y parecían a lo proprio entrecuesto de flaquísimo puerco; y sobre aquel hambriento colchón un alfamar del mesmo jaez, del cual el color yo no pude alcanzar. Hecha la cama y la noche venida, díjome: "Lázaro, ya es tarde, y de aquí a la plaza hay gran trecho. También en esta ciudad andan muchos ladrones que siendo de noche capean. Pasemos como podamos y mañana, venido el día, Dios hará merced; porque yo, por estar solo, no estoy proveído, antes he comido estos días por allá fuera, mas agora hacerlo hemos de otra manera." "Señor, de mí -dije yo- ninguna pena tenga vuestra merced, que sé pasar una noche y aun más, si es menester, sin comer." "Vivirás más y más sano -me respondió-, porque como decíamos hoy, no hay tal cosa en el mundo para vivir mucho que comer poco." "Si por esa vía es -dije entre mí-, nunca yo moriré, que siempre he guardado esa regla por fuerza, y aun espero en mi desdicha tenella toda mi vida." Y acostóse en la cama, poniendo por cabecera las calzas y el jubón, y mandóme echar a sus pies, lo cual yo hice; mas ¡maldito el sueño que yo dormí! Porque las cañas y mis salidos huesos en toda la noche dejaron de rifar y encenderse, que con mis trabajos, males y hambre, pienso que en mi cuerpo no había libra de carne; y también, como aquel día no había comido casi nada, rabiaba de hambre, la cual con el sueño no tenía amistad. Maldíjeme mil veces -¡Dios me lo perdone!- y a mi ruin fortuna, allí lo más de la noche, y (lo peor) no osándome revolver por no despertalle, pedí a Dios muchas veces la muerte. La mañana venida, levantámonos, y comienza a limpiar y sacudir sus calzas y jubón y sayo y capa -y yo que le servía de pelillo- y vístese muy a su placer de espacio. Echéle aguamanos, peinóse y puso su espada en el talabarte y, al tiempo que la ponía, díjome: "¡Oh, si supieses, mozo, qué pieza es ésta! No hay marco de oro en el mundo por que yo la diese. Mas ansí ninguna de cuantas Antonio hizo, no acertó a ponelle los aceros tan prestos como ésta los tiene." Y sacóla de la vaina y tentóla con los dedos, diciendo: "¿Vesla aquí? Yo me obligo con ella cercenar un copo de lana." Y yo dije entre mí: "Y yo con mis dientes, aunque no son de acero, un pan de cuatro libras." Tornóla a meter y ciñósela y un sartal de cuentas gruesas del talabarte, y con un paso sosegado y el cuerpo derecho, haciendo con él y con la cabeza muy gentiles meneos, echando el cabo de la capa sobre el hombro y a veces so el brazo, y poniendo la mano derecha en el costado, salió por la puerta, diciendo: "Lázaro, mira por la casa en tanto que voy a oír misa, y haz la cama, y ve por la vasija de agua al río, que aquí bajo está, y cierra la puerta con llave, no nos hurten algo, y ponla aquí al quicio, porque si yo viniere en tanto pueda entrar." Y súbese por la calle arriba con tan gentil semblante y continente, que quien no le conociera pensara ser muy cercano pariente al conde de Arcos, o a lo menos camarero que le daba de vestir. "¡Bendito seáis vos, Señor -quedé yo diciendo-, que dais la enfermedad y ponéis el remedio! ¿Quién encontrara a aquel mi señor que no piense, según el contento de sí lleva, haber anoche bien cenado y dormido en buena cama, y aun agora es de mañana, no le cuenten por muy bien almorzado? ¡Grandes secretos son, Señor, los que vos hacéis y las gentes ignoran! ¿A quién no engañara aquella buena disposición y razonable capa y sayo y quién pensara que aquel gentil hombre se pasó ayer todo el día sin comer, con aquel mendrugo de pan que su criado Lázaro trujo un día y una noche en el arca de su seno, do no se le podía pegar mucha limpieza, y hoy, lavándose las manos y cara, a falta de paño de manos, se hacía servir de la halda del sayo? Nadie por cierto lo sospechara. ¡Oh Señor, y cuántos de aquéstos debéis vos tener por el mundo derramados, que padecen por la negra que llaman honra lo que por vos no sufrirían!" Ansí estaba yo a la puerta, mirando y considerando estas cosas y otras muchas, hasta que el señor mi amo traspuso la larga y angosta calle, y como lo vi trasponer, tornéme a entrar en casa, y en un credo la anduve toda, alto y bajo, sin hacer represa ni hallar en qué. Hago la negra dura cama y tomo el jarro y doy conmigo en el río, donde en una huerta vi a mi amo en gran recuesta con dos rebozadas mujeres, al parecer de las que en aquel lugar no hacen falta, antes muchas tienen por estilo de irse a las mañanicas del verano a refrescar y almorzar sin llevar qué por aquellas frescas riberas, con confianza que no ha de faltar quién se lo dé, según las tienen puestas en esta costumbre aquellos hidalgos del lugar. Y como digo, él estaba entre ellas hecho un Macías, diciéndoles más dulzuras que Ovidio escribió. Pero como sintieron dél que estaba bien enternecido, no se les hizo de vergüenza pedirle de almorzar con el acostumbrado pago. Él, sintiéndose tan frío de bolsa cuanto estaba caliente del estómago, tomóle tal calofrío que le robó la color del gesto, y comenzó a turbarse en la plática y a poner excusas no validas. Ellas, que debían ser bien instituídas, como le sintieron la enfermedad, dejáronle para el que era. Yo, que estaba comiendo ciertos tronchos de berzas, con los cuales me desayuné, con mucha diligencia, como mozo nuevo, sin ser visto de mi amo, torné a casa, de la cual pensé barrer alguna parte, que era bien menester, mas no hallé con qué. Púseme a pensar qué haría, y parecióme esperar a mi amo hasta que el día demediase y si viniese y por ventura trajese algo que comiésemos; mas en vano fue mi experiencia. Desque vi ser las dos y no venía y la hambre me aquejaba, cierro mi puerta y pongo la llave do mandó, y tórnome a mi menester. Con baja y enferma voz e inclinadas mis manos en los senos, puesto Dios ante mis ojos y la lengua en su nombre, comienzo a pedir pan por las puertas y casas más grandes que me parecía. Mas como yo este oficio le hobiese mamado en la leche, quiero decir que con el gran maestro el ciego lo aprendí, tan suficiente discípulo salí que, aunque en este pueblo no había caridad ni el año fuese muy abundante, tan buena maña me di que, antes que el reloj diese las cuatro, ya yo tenía otras tantas libras de pan ensiladas en el cuerpo y más de otras dos en las mangas y senos. Volvíme a la posada y al pasar por la tripería pedí a una de aquellas mujeres, y diome un pedazo de uña de vaca con otras pocas de tripas cocidas. Cuando llegué a casa, ya el bueno de mi amo estaba en ella, doblada su capa y puesta en el poyo, y él paseándose por el patio. Como entro, vínose para mí. Pensé que me quería reñir la tardanza, mas mejor lo hizo Dios. Preguntóme dó venía. Yo le dije: "Señor, hasta que dio las dos estuve aquí, y de que vi que V.M. no venía, fuime por esa ciudad a encomendarme a las buenas gentes, y hanme dado esto que veis." Mostréle el pan y las tripas que en un cabo de la halda traía, a lo cual él mostró buen semblante y dijo: "Pues esperado te he a comer, y de que vi que no veniste, comí. Mas tú haces como hombre de bien en eso, que más vale pedillo por Dios que no hurtallo, y ansí Él me ayude como ello me parece bien. Y solamente te encomiendo no sepan que vives comigo, por lo que toca a mi honra, aunque bien creo que será secreto, según lo poco que en este pueblo soy conocido. ¡Nunca a él yo hubiera de venir!" "De eso pierda, señor, cuidado -le dije yo-, que maldito aquél que ninguno tiene de pedirme esa cuenta ni yo de dalla." "Agora pues, come, pecador. Que, si a Dios place, presto nos veremos sin necesidad; aunque te digo que después que en esta casa entré, nunca bien me ha ido. Debe ser de mal suelo, que hay casas desdichadas y de mal pie, que a los que viven en ellas pegan la desdicha. Ésta debe de ser sin dubda de ellas; mas yo te prometo, acabado el mes, no quede en ella aunque me la den por mía." Sentéme al cabo del poyo y, porque no me tuviese por glotón, callé la merienda; y comienzo a cenar y morder en mis tripas y pan, y disimuladamente miraba al desventurado señor mío, que no partía sus ojos de mis faldas, que aquella sazón servían de plato. Tanta lástima haya Dios de mí como yo había dél, porque sentí lo que sentía, y muchas veces había por ello pasado y pasaba cada día. Pensaba si sería bien comedirme a convidalle; mas por me haber dicho que había comido, temía me no aceptaría el convite. Finalmente, yo deseaba aquel pecador ayudase a su trabajo del mío, y se desayunase como el día antes hizo, pues había mejor aparejo, por ser mejor la vianda y menos mi hambre. Quiso Dios cumplir mi deseo, y aun pienso que el suyo, porque, como comencé a comer y él se andaba paseando llegóse a mí y díjome: "Dígote, Lázaro, que tienes en comer la mejor gracia que en mi vida vi a hombre, y que nadie te lo verá hacer que no le pongas gana aunque no la tenga." "La muy buena que tú tienes -dije yo entre mí- te hace parecer la mía hermosa." Con todo, parecióme ayudarle, pues se ayudaba y me abría camino para ello, y díjele: "Señor, el buen aparejo hace buen artífice. Este pan está sabrosísimo y esta uña de vaca tan bien cocida y sazonada, que no habrá a quien no convide con su sabor." "¿Uña de vaca es?" "Si, señor." "Dígote que es el mejor bocado del mundo, que no hay faisán que ansí me sepa." "Pues pruebe, señor, y verá qué tal está." Póngole en las uñas la otra y tres o cuatro raciones de pan de lo más blanco y asentóseme al lado, y comienza a comer como aquel que lo había gana, royendo cada huesecillo de aquéllos mejor que un galgo suyo lo hiciera. "Con almodrote -decía- es este singular manjar." "Con mejor salsa lo comes tú", respondí yo paso. "Por Dios, que me ha sabido como si hoy no hobiera comido bocado." "¡Ansí me vengan los buenos años como es ello!" -dije yo entre mí. Pidióme el jarro del agua y díselo como lo había traído. Es señal que, pues no le faltaba el agua, que no le había a mi amo sobrado la comida. Bebimos, y muy contentos nos fuimos a dormir como la noche pasada. Y por evitar prolijidad, desta manera estuvimos ocho o diez días, yéndose el pecador en la mañana con aquel contento y paso contado a papar aire por las calles, teniendo en el pobre Lázaro una cabeza de lobo. Contemplaba yo muchas veces mi desastre, que escapando de los amos ruines que había tenido y buscando mejoría, viniese a topar con quien no solo no me mantuviese, mas a quien yo había de mantener. Con todo, le quería bien, con ver que no tenía ni podía más, y antes le había lástima que enemistad; y muchas veces, por llevar a la posada con que él lo pasase, yo lo pasaba mal. Porque una mañana, levantándose el triste en camisa, subió a lo alto de la casa a hacer sus menesteres, y en tanto yo, por salir de sospecha, desenvolvíle el jubón y las calzas que a la cabecera dejó, y hallé una bolsilla de terciopelo raso hecho cien dobleces y sin maldita la blanca ni señal que la hobiese tenido mucho tiempo. "Éste -decía yo- es pobre y nadie da lo que no tiene. Mas el avariento ciego y el malaventurado mezquino clérigo que, con dárselo Dios a ambos, al uno de mano besada y al otro de lengua suelta, me mataban de hambre, aquéllos es justo desamar y aquéste de haber mancilla." Dios es testigo que hoy día, cuando topo con alguno de su hábito, con aquel paso y pompa, le he lástima, con pensar si padece lo que aquél le vi sufrir; al cual con toda su pobreza holgaría de servir más que a los otros por lo que he dicho. Sólo tenía dél un poco de descontento: que quisiera yo no tuviera tanta presunción, mas que abajara un poco su fantasía con lo mucho que subía su necesidad. Mas, según me parece, es regla ya entre ellos usada y guardada; aunque no haya cornado de trueco, ha de andar el birrete en su lugar. El Señor lo remedie, que ya con este mal han de morir. Pues, estando yo en tal estado, pasando la vida que digo, quiso mi mala fortuna, que de perseguirme no era satisfecha, que en aquella trabajada y vergonzosa vivienda no durase. Y fue, como el año en esta tierra fuese estéril de pan, acordaron el Ayuntamiento que todos los pobres estranjeros se fuesen de la ciudad, con pregón que el que de allí adelante topasen fuese punido con azotes. Y así, ejecutando la ley, desde a cuatro días que el pregón se dio, vi llevar una procesión de pobres azotando por las Cuatro Calles, lo cual me puso tan gran espanto, que nunca osé desmandarme a demandar. Aquí viera, quien vello pudiera, la abstinencia de mi casa y la tristeza y silencio de los moradores, tanto que nos acaeció estar dos o tres días sin comer bocado, ni hablaba palabra. A mí diéronme la vida unas mujercillas hilanderas de algodón, que hacían bonetes y vivían par de nosotros, con las cuales yo tuve vecindad y conocimiento; que de la lacería que les traían me daban alguna cosilla, con la cual muy pasado me pasaba. Y no tenía tanta lástima de mí como del lastimado de mi amo, que en ocho días maldito el bocado que comió. A lo menos, en casa bien lo estuvimos sin comer. No sé yo cómo o dónde andaba y qué comía. ¡Y velle venir a mediodía la calle abajo con estirado cuerpo, más largo que galgo de buena casta! Y por lo que toca a su negra que dicen honra, tomaba una paja de las que aun asaz no había en casa, y salía a la puerta escarbando los dientes que nada entre sí tenían, quejándose todavía de aquel mal solar diciendo: "Malo está de ver, que la desdicha desta vivienda lo hace. Como ves, es lóbrega, triste, obscura. Mientras aquí estuviéremos, hemos de padecer. Ya deseo que se acabe este mes por salir della." Pues, estando en esta afligida y hambrienta persecución un día, no sé por cual dicha o ventura, en el pobre poder de mi amo entró un real, con el cual él vino a casa tan ufano como si tuviera el tesoro de Venecia; y con gesto muy alegre y risueño me lo dio, diciendo: "Toma, Lázaro, que Dios ya va abriendo su mano. Ve a la plaza y merca pan y vino y carne: ¡quebremos el ojo al diablo! Y más, te hago saber, porque te huelgues, que he alquilado otra casa, y en ésta desastrada no hemos de estar más de en cumplimiento el mes. ¡Maldita sea ella y el que en ella puso la primera teja, que con mal en ella entré! Por Nuestro Señor, cuanto ha que en ella vivo, gota de vino ni bocado de carne no he comido, ni he habido descanso ninguno; mas ¡tal vista tiene y tal obscuridad y tristeza! Ve y ven presto, y comamos hoy como condes." Tomo mi real y jarro y a los pies dándoles priesa, comienzo a subir mi calle encaminando mis pasos para la plaza muy contento y alegre. Mas ¿qué me aprovecha si está constituido en mi triste fortuna que ningún gozo me venga sin zozobra? Y ansí fue éste; porque yendo la calle arriba, echando mi cuenta en lo que le emplearía que fuese mejor y más provechosamente gastado, dando infinitas gracias a Dios que a mi amo había hecho con dinero, a deshora me vino al encuentro un muerto, que por la calle abajo muchos clérigos y gente en unas andas traían. Arriméme a la pared por darles lugar, y desque el cuerpo pasó, venían luego a par del lecho una que debía ser mujer del difunto, cargada de luto, y con ella otras muchas mujeres; la cual iba llorando a grandes voces y diciendo: "Marido y señor mío, ¿adónde os me llevan? ¡A la casa triste y desdichada, a la casa lóbrega y obscura, a la casa donde nunca comen ni beben!" Yo que aquello oí, juntóseme el cielo con la tierra, y dije: "¡Oh desdichado de mí! Para mi casa llevan este muerto." Dejo el camino que llevaba y hendí por medio de la gente, y vuelvo por la calle abajo a todo el más correr que pude para mi casa, y entrando en ella cierro a grande priesa, invocando el auxilio y favor de mi amo, abrazándome dél, que me venga a ayudar y a defender la entrada. El cual algo alterado, pensando que fuese otra cosa, me dijo: "¿Qué es eso, mozo? ¿Qué voces das? ¿Qué has? ¿Por qué cierras la puerta con tal furia?" "¡Oh señor -dije yo- acuda aquí, que nos traen acá un muerto!" "¿Cómo así?", respondió él. "Aquí arriba lo encontré, y venía diciendo su mujer: "Marido y señor mío, ¿adónde os llevan? ¡A la casa lóbrega y obscura, a la casa triste y desdichada, a la casa donde nunca comen ni beben! Acá, señor, nos le traen." Y ciertamente, cuando mi amo esto oyó, aunque no tenía por qué estar muy risueño, rió tanto que muy gran rato estuvo sin poder hablar. En este tiempo tenía ya yo echada la aldaba a la puerta y puesto el hombro en ella por más defensa. Pasó la gente con su muerto, y yo todavía me recelaba que nos le habían de meter en casa; y después fue ya más harto de reír que de comer, el bueno de mi amo díjome: "Verdad es, Lázaro; según la viuda lo va diciendo, tú tuviste razón de pensar lo que pensaste. Mas, pues Dios lo ha hecho mejor y pasan adelante, abre, abre, y ve por de comer." "Dejálos, señor, acaben de pasar la calle", dije yo. Al fin vino mi amo a la puerta de la calle, y ábrela esforzándome, que bien era menester, según el miedo y alteración, y me torno a encaminar. Mas aunque comimos bien aquel día, maldito el gusto yo tomaba en ello, ni en aquellos tres días torné en mi color; y mi amo muy risueño todas las veces que se le acordaba aquella mi consideración. De esta manera estuve con mi tercero y pobre amo, que fue este escudero, algunos días, y en todos deseando saber la intención de su venida y estada en esta tierra; porque desde el primer día que con él asenté, le conocí ser estranjero, por el poco conocimiento y trato que con los naturales della tenía. Al fin se cumplió mi deseo y supe lo que deseaba; porque un día que habíamos comido razonablemente y estaba algo contento, contóme su hacienda y díjome ser de Castilla la Vieja, y que había dejado su tierra no más de por no quitar el bonete a un caballero su vecino. "Señor -dije yo- si él era lo que decís y tenía más que vos, ¿no errábades en no quitárselo primero, pues decís que él también os lo quitaba?" "Sí es, y sí tiene, y también me lo quitaba él a mí; mas, de cuantas veces yo se le quitaba primero, no fuera malo comedirse él alguna y ganarme por la mano." "Paréceme, señor -le dije yo- que en eso no mirara, mayormente con mis mayores que yo y que tienen más." "Eres mochacho -me respondió- y no sientes las cosas de la honra, en que el día de hoy está todo el caudal de los hombres de bien. Pues te hago saber que yo soy, como vees, un escudero; mas ¡vótote a Dios!, si al conde topo en la calle y no me quita muy bien quitado del todo el bonete, que otra vez que venga, me sepa yo entrar en una casa, fingiendo yo en ella algún negocio, o atravesar otra calle, si la hay, antes que llegue a mí, por no quitárselo. Que un hidalgo no debe a otro que a Dios y al rey nada, ni es justo, siendo hombre de bien, se descuide un punto de tener en mucho su persona. Acuérdome que un día deshonré en mi tierra a un oficial, y quise ponerle las manos, porque cada vez que le topaba me decía: «Mantenga Dios a vuestra merced.» «Vos, don villano ruin -le dije yo- ¿por qué no sois bien criado? ¿Manténgaos Dios, me habéis de decir, como si fuese quienquiera?» De allí adelante, de aquí acullá, me quitaba el bonete y hablaba como debía." "¿Y no es buena manera de saludar un hombre a otro -dije yo- decirle que le mantenga Dios?" "¡Mira mucho de enhoramala! -dijo él-. A los hombres de poca arte dicen eso, mas a los más altos, como yo, no les han de hablar menos de: «Beso las manos de vuestra merced», o por lo menos: «Bésoos, señor, las manos», si el que me habla es caballero. Y ansí, de aquél de mi tierra que me atestaba de mantenimiento nunca más le quise sufrir, ni sufriría ni sufriré a hombre del mundo, del rey abajo, que «Manténgaos Dios» me diga." "Pecador de mí -dije yo-, por eso tiene tan poco cuidado de mantenerte, pues no sufres que nadie se lo ruegue." "Mayormente -dijo- que no soy tan pobre que no tengo en mi tierra un solar de casas, que a estar ellas en pie y bien labradas, diez y seis leguas de donde nací, en aquella Costanilla de Valladolid, valdrían más de doscientas veces mil maravedís, según se podrían hacer grandes y buenas; y tengo un palomar que, a no estar derribado como está, daría cada año más de doscientos palominos; y otras cosas que me callo, que dejé por lo que tocaba a mi honra. Y vine a esta ciudad, pensando que hallaría un buen asiento, mas no me ha sucedido como pensé. Canónigos y señores de la iglesia, muchos hallo, mas es gente tan limitada que no los sacaran de su paso todo el mundo. Caballeros de media talla, también me ruegan; mas servir con éstos es gran trabajo, porque de hombre os habéis de convertir en malilla y si no. «Andá con Dios» os dicen. Y las más veces son los pagamentos a largos plazos, y las más y las más ciertas, comido por servido. Ya cuando quieren reformar conciencia y satisfaceros vuestros sudores, sois librados en la recámara, en un sudado jubón o raída capa o sayo. Ya cuando asienta un hombre con un señor de título, todavía pasa su laceria. ¿Pues por ventura no hay en mi habilidad para servir y contestar a éstos? Por Dios, si con él topase, muy gran su privado pienso que fuese y que mil servicios le hiciese, porque yo sabría mentille tan bien como otro, y agradalle a las mil maravillas: reílle ya mucho sus donaires y costumbres, aunque no fuesen las mejores del mundo; nunca decirle cosa con que le pesase, aunque mucho le cumpliese; ser muy diligente en su persona en dicho y hecho; no me matar por no hacer bien las cosas que él no había de ver, y ponerme a reñir, donde lo oyese, con la gente de servicio, porque pareciese tener gran cuidado de lo que a él tocaba; si riñese con algún su criado, dar unos puntillos agudos para la encender la ira y que pareciesen en favor del culpado; decirle bien de lo que bien le estuviese y, por el contrario, ser malicioso, mofador, malsinar a los de casa y a los de fuera; pesquisar y procurar de saber vidas ajenas para contárselas; y otras muchas galas de esta calidad que hoy día se usan en palacio. Y a los señores dél parecen bien, y no quieren ver en sus casas hombres virtuosos, antes los aborrecen y tienen en poco y llaman necios y que no son personas de negocios ni con quien el señor se puede descuidar. Y con éstos los astutos usan, como digo, el día de hoy, de lo que yo usaría. Mas no quiere mi ventura que le halle." Desta manera lamentaba también su adversa fortuna mi amo, dándome relación de su persona valerosa. Pues, estando en esto, entró por la puerta un hombre y una vieja. El hombre le pide el alquiler de la casa y la vieja el de la cama. Hacen cuenta, y de dos en dos meses le alcanzaron lo que él en un año no alcanzara: pienso que fueron doce o trece reales. Y él les dio muy buena respuesta: que saldría a la plaza a trocar una pieza de a dos, y que a la tarde volviese. Mas su salida fue sin vuelta. Por manera que a la tarde ellos volvieron, mas fue tarde. Yo les dije que aún no era venido. Venida la noche, y él no, yo hube miedo de quedar en casa solo, y fuime a las vecinas y contéles el caso, y allí dormí. Venida la mañana, los acreedores vuelven y preguntan por el vecino, mas a estotra puerta. Las mujeres le responden: "Veis aquí su mozo y la llave de la puerta." Ellos me préguntaron por él y díjele que no sabía adónde estaba y que tampoco había vuelto a casa desde que salió a trocar la pieza, y que pensaba que de mí y de ellos se había ido con el trueco. De que esto me oyeron, van por un alguacil y un escribano. Y helos do vuelven luego con ellos, y toman la llave, y llámanme, y llaman testigos, y abren la puerta, y entran a embargar la hacienda de mi amo hasta ser pagados de su deuda. Anduvieron toda la casa y halláronla desembarazada, como he contado, y dícenme: "¿Qué es de la hacienda de tu amo, sus arcas y paños de pared y alhajas de casa?" "No sé yo eso", le respondí. "Sin duda -dicen ellos- esta noche lo deben de haber alzado y llevado a alguna parte. Señor alguacil, prended a este mozo, que él sabe dónde está." En esto vino el alguacil, y echóme mano por el collar del jubón, diciendo: "Mochacho, tú eres preso si no descubres los bienes deste tu amo." Yo, como en otra tal no me hubiese visto -porque asido del collar, sí, había sido muchas e infinitas veces, mas era mansamente dél trabado, para que mostrase el camino al que no vía- yo hube mucho miedo, y llorando prometíle de decir lo que preguntaban. "Bien está -dicen ellos-, pues di todo lo que sabes, y no hayas temor." Sentóse el escribano en un poyo para escrebir el inventario, preguntándome qué tenía. "Señores -dije yo-, lo que este mi amo tiene, según él me dijo, es un muy buen solar de casas y un palomar derribado." "Bien está -dicen ellos-. Por poco que eso valga, hay para nos entregar de la deuda. ¿Y a qué parte de la ciudad tiene eso?", me preguntaron. "En su tierra", respondí. "Por Dios, que está bueno el negocio -dijeron ellos-. ¿Y adónde es su tierra?" "De Castilla la Vieja me dijo él que era", le dije yo. Riéronse mucho el alguacil y el escribano, diciendo: "Bastante relación es ésta para cobrar vuestra deuda, aunque mejor fuese." Las vecinas, que estaban presentes, dijeron: "Señores, éste es un niño inocente, y ha pocos días que está con ese escudero, y no sabe dél más que vuestras mercedes, sino cuánto el pecadorcico se llega aquí a nuestra casa, y le damos de comer lo que podemos por amor de Dios, y a las noches se iba a dormir con él." Vista mi inocencia, dejáronme, dándome por libre. Y el alguacil y el escribano piden al hombre y a la mujer sus derechos, sobre lo cual tuvieron gran contienda y ruido, porque ellos alegaron no ser obligados a pagar, pues no había de qué ni se hacía el embargo. Los otros decían que habían dejado de ir a otro negocio que les importaba más por venir a aquél. Finalmente, después de dadas muchas voces, al cabo carga un porquerón con el viejo alfamar de la vieja, aunque no iba muy cargado. Allá van todos cinco dando voces. No sé en qué paró. Creo yo que el pecador alfamar pagara por todos, y bien se empleaba, pues el tiempo que había de reposar y descansar de los trabajos pasados, se andaba alquilando. Así, como he contado, me dejó mi pobre tercero amo, do acabé de conocer mi ruin dicha, pues, señalándose todo lo que podría contra mí, hacía mis negocios tan al revés, que los amos, que suelen ser dejados de los mozos, en mí no fuese ansí, mas que mi amo me dejase y huyese de mí. .

sábado, 2 de abril de 2011

"A la deriva"


A la deriva
[Cuento. Texto completo]
Horacio Quiroga
El hombre pisó algo blancuzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yaracacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque.
El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.
El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.
El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que, como relámpagos, habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.
Llegó por fin al rancho y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.
-¡Dorotea! -alcanzó a lanzar en un estertor-. ¡Dame caña1!
Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.
-¡Te pedí caña, no agua! -rugió de nuevo-. ¡Dame caña!
-¡Pero es caña, Paulino! -protestó la mujer, espantada.
-¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!
La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.
-Bueno; esto se pone feo -murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.
Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.
Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentose en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.
El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito -de sangre esta vez- dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.
La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.
La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.
-¡Alves! -gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.
-¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! -clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.
El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.
El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.
El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.
¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.
Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.
De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho.
¿Qué sería? Y la respiración...
Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o jueves...
El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.
-Un jueves...
Y cesó de respirar.
FIN

1. Caña: Aguardiente destilado de la caña de azúcar.

EPISODIOI III "AGAMENÓN"

  EPISODIO III “AGAMENÓN”

CORO

¡Oh rey! ¡Oh destructor de Troya! ¡Oh hijo de Atreo!
¿Cuál será mi saludo? ¿Cómo honrarte,
Sin que al justo homenaje en nada exceda,
Sin que al debido honor en nada falte?
Desdeñando lo justo, muchos hombres
más lo aparente que lo real estiman.
Prontos  siempre a llorar con el que sufre
jamás empero al corazón les llega
el dardo del dolor.  Falso contento
con los dichosos fingen, y a la risa
violentan el semblante.  Mas no engañan
al buen pastor que su redil conoce
aquellos ojos que bondad mintiendo
con amistad espuria lisonjean.
En cuanto a mí, cuando de aquí por causa
de una mujer llevaste a los argivos,
censuré tu imprudencia, no lo niego.
Ni el timón de tu mente bien registe,
cuando de tus guerreros  moribundos,
con cruento sacrificio
reanimaste el valor.
                      Gracias al cielo,
ya todo terminó; y a los amigos
que su labor desempeñar supieron
de corazón y con amor saludo.
-Sabrás más tarde, si saberlo quieres
quiénes las leyes de Argos han violado
quiénes conforme a la equidad vivieron.

AGAMENÓN (desde su carro)

¡Para vosotros mi primer saludo,
oh Argos, mi ciudad, oh patrios dioses,
que mi vuelta y de Ilión la justa pena
quisisteis amparar!
Enmudecieron
acusador y reo, y la justicia
dictó su fallo.  En la cruenta urna
sin que ninguno discrepase, todos
voto de muerte contra Ilión echaros.
A la otra, tan sólo la esperanza
llevó su mano ¡y la encontró vacía!
Aún muestran los humos del incendio
do la ciudad se alzó.  Allí de Ates
no duerme aun la tempestad; y en densos
vapores las cenizas moribundas
al cielo lanzan los postreros restos
de un antiguo esplendor.
Por tales dones
demos  gracias a Zeus, y sus mercedes
no olvidemos jamás.  Aprisionados
en red de muerte, los troyanos fueron;
y por una mujer, el monstruo argivo
a Ilión redujo a polvo.  De un caballo
salió la armada gente, y en la hora
que a su ocaso las Pléyades se inclinan
con fiero salto a la ciudad se lanza.
El hambriento león salva las torres,
y sangre real hasta saciarse bebe.

Lo dicho,  para el cielo. –Tus razones
frescas aún en mi memoria viven;
contigo pienso y tu discurso aplaudo.
Si; que la dicha del amigo pocos
muy pocos, sin envidia la celebran.
Es de negra ponzoña inficionado
el corazón que de ese mal padece,
y doble sufrimiento le devora:
le abruma el peso de sus propios males,
al ver la ajena bienandanza gime.
Harto bien que lo sé, pues muchas veces
vana semblanza vi, sombra de sombras
en la humana amistad.  Tan sólo Ulises,
con ser que se embarcó mal de su grado,
conmigo marchó siempre uncido al yugo;
ya viva, ya esté muerto, lo declaro.
Cuanto a la patria y a los dioses mira
en pública asamblea trataremos.
Que lo bueno se afirme y perpetúe
cuidaremos allí.  Si algo nocivo
remedio pronto y eficaz reclama,
fuerza es que al hierro o la llama ceda
el contagioso mal.
 Al techo amado,
al dulce hogar entremos: y a los dioses
que mi partida y vuelta protegieron,
mi diestra elevaré.  Fiel y constante
siguió siempre mis pasos la victoria
¡constante y fiel en adelante sea!

                                             (sale Clitemnestra)

CLITEMNESTRA

Ciudadanos de Argos venerables,
mi conyugal amor ante vosotros
sin rubor mostraré; que con el tiempo
la cortedad del ánimo se pierde.
De mi misma aprendí, no de otro alguno,
la triste vida que narraros quiero,
larga, en verdad, cual los eternos años
que éste en Ilión pasó.
¿Habrá, decidme,
infortunio mayor para una esposa
que vivr sola, en el hogar desierto,
lejos de su marido, y de continuo
por siniestros rumores angustiada?
¡Si un mensajero de desdichas llega,
otro no tarda en anunciar mayores!
A ser tantas de este hombre las heridas
cuantas la fama a mis oídos trajo,
más perforado que una red le viera.
Si tantas veces muerto hubiera sido,
cuantas aquí mintieron los rumores,
segundo Gerión de triple cuerpo
gloriarse pudiera de que en vida
tres túnicas vistió ( de la que todos
bajo tierra llevamos nada digo),
y que tres formas y tres muertes tuvo.
Por causa de esas  nuevas ¡cuántas veces
al cuello un nudo eché, que ajenas manos
vinieron a romper a pesar mío!
Y por eso también, tu hijo Orestes
de nuestra mutua fe prenda querida
ausentarse debió.  Mas, no te asombre,
pues Estrofio el focense, nuestro huésped,
educándolo está.- Doble desgracia
hízome ver Estrofio: tus peligros
en Troya, y el temor de que al Consejo
populares tumultos derribaran;
que es propia condición de los humanos
pisotear al caído.- Tales fueron,
sin sombra de falsía, mis razones.
Ya del llanto secáronse las fuentes;
no queda ni una lágrima en mis ojos.
¡Cuánto han sufrido en las insomnes noches
llorando por tu amor esas señales
aguardadas en vano!. Si dormía,
de un zumbador mosquito el ruido leve
con súbito terror me despertaba,
y amenazado entonces por mayores
males que los soñados te veía.
Mas, después de sufrir como he sufrido,
de cuitas libre ya, decirte puedo:
¡Eres el perro del redil, oh esposo,
el cable salvador de aquesta nave,
de esta noble mansión firme columna,
lo que el único hijo es para un padre,
tierra que al nauta inesperado luce,
después de la tormenta claro día,
de frescas aguas cristalinas fuente
para el sediento viajador!
                             ¡Cuán grato
es verte ya de esos azares libre!
Digno en verdad de aquellos nombres eres,
y nadie a mal los tome, que sobradas
congojas he sufrido.
                             De ese carro
desciende, dulce dueño; mas, no en tierra
poses ¡oh rey! las victoriosas plantas
que a Troya pisotearon.  ¡Ea!, siervas,
¿qué tardáis en cumplir lo que os incumbe,
y tender de tapices el sendero?
¡Cubra al punto la púrpura el camino;
y la mansión que verle no esperaba
acoja al rey cual la justicia pide!
Quede a mi celo vigilante el resto;
con el favor y amparo de los dioses
cumpliré los decretos del Destino.


AGAMENÓN

Hija de Leda, guarda de mi casa,
largo cual mi ausencia fue tu discurso.
Si alabanzas merezco, de otros labios
debieran proceder.  NO muellemente
como a mujer me trates; ni con gritos
discordes y serviles homenajes
a modo de rey bárbaro me acojas;
ni tendiendo de alfombras mi camino,
hacer mi entrada aborrecible quieras.
A los dioses reserva esos honores;
mas yo, mortal, sobre preciosas telas
jamás mis plantas sin temblar pondría
honores de hombre, no de numen quiero.
Para ser aclamado por la fama,
no he menester de púrpura ni alfombras,
y un corazón prudente es de los dioses
el mas precioso don.  Afortunado
sólo es aquel que en apacible dicha
su existencia consuma.  Sea siempre
cual ésta mi conducta, y nada temo.

CLITEMNESTRA

A mi justo querer no te resistas.

AGAMENÓN

No mi querer quebrantaré, por cierto.

CLITEMNESTRA

¿Por  temor a los dioses lo juraste?

AGAMENÓN

Bien sé al obrar así por qué lo hago.

CLITEMNESTRA

Príamo vencedor, ¿qué hubiera hecho?

AGAMENÓN

El purpúreo tapiza hollado habría.

CLITEMNESTRA

No  las censuras de los hombres temas.

AGAMENÓN

Temo del pueblo provocar las iras.
CLITEMNESTRA

Envidiable no es el no envidiado.

AGAMENÓN

Ni es propio de mujer buscar disputa.

CLITEMNESTRA

No deshonra ceder al victorioso.

AGAMENÓN

¿Vencer en esta lid en tanto estimas?

CLITEMNESTRA

¡Déjate, oh rey, vencer;  cede a mis ruegos!

AGAMENÓN

Cederé, pues  lo exiges. - ¡Ea!, siervas,
al punto desatad este  calzado,
esclavo de mis pies. ¡Con tal que un numen,
al ver que alfombras purpurinas huello,
no lance sobre mi desde el Olimpo
la ira de sus ojos! – Me avergüenza,
tan noble y valiosísimo tesoro
con mis plantas dañar. – Mas de esto basta.
Acoge con bondad a la extranjera.
Al señor que gobierna con dulzura
propicio mira Zeus, pues del esclavo
nadie lleva contento el duro yugo.
De entre muchos despojos escogida,
esta cautiva que conmigo viene
es la flor del botín, don de la armada.
-Pues con tus ruegos mi temor  venciste,
pisando sobre púrpuras entremos.

CLITEMNESTRA

El vasto mar -¿Quién agotarlo puede?-
la púrpura preciada
en abundante y siempre nueva copia,
para teñir estas alfombras cría.
Nuestra casa, ¡oh señor!, tales tesoros
gracias al cielo en abundancia guarda,
y lo que es indigencia nunca supo.
¡Qué de ricos tapices, dueño mío,
bajo mis plantas destrozar jurara,
si tal precio a tu vuelta  y a tu vida
la voz de algún oráculo pusiera!
Pues, mientras vive la raíz, retoña
el follaje, y del fuego del estío
su sombra el techo del hogar ampara.
Y vuelto tú al hogar, es tu presencia
rayo de sol que en el invierno abriga;
frescor que refrigera cuando Zeus
el vino cuece en las agraces uvas.
-Consuma, Zeus consumador, mis votos;
lo que has dispuesto en consumar no tardes!

         (Vanse Agamenón y Clitemnestra)




LITERATURA BÍBLICA

FICHA AUXILIAR PARA EL ESTUDIO DE LITERATURA BÍBLICA



Características del pensamiento religioso hebreo.

El contenido principal de la Biblia está constituido por el pensamiento religioso del pueblo hebreo, por ello es importante ver algunas de su características.

MONOTEÍSMO: Como lo indica el término , el pueblo hebreo creía en la existencia de un solo Dios.  No obstante ello, hay algunas teorías que afirman que el monoteísmo fue el resultado de una evolución pues se considera que este pueblo fue primero IDÓLATRA y POLITEÍSTA; luego fue ENÓLATRA (culto al dios del pueblo, religión nacional) y finalmente se constituyó en MONOTEÍSTA.

ALIANZA: Con frecuencia en los textos bíblicos se encuentra la expresión: “Israel es el pueblo de Yahvé (uno de los nombres que recibe Dios).  Esta afirmación descansa en la idea de que entre el pueblo hebreo y Dos existe un pacto o alianza que implica compromisos de ambas partes..
A)- De parte de Yahvé implica protección y ayuda constantes.  Esto queda simbolizada en la promesa de un territorio para el pueblo hebreo llamado comúnmente: “la tierra prometida”.
Por otro lado Yahvé promete una descendencia numerosa y el señorío o dominio sobre las demás naciones.
B)-De parte del pueblo hebreo hay un compromiso de fidelidad y acatamiento de la voluntad de Yahvé.  La primera vez que este pacto se lleva a cabo es a través de Abraham.
Esta alianza se representa a través del rito de la circuncisión que vierte la sangre del varón y que significa que los descendientes de Abraham aceptan su obligación frente a Dios.
Este pacto se formula por segunda vez en Egipto, en el monte Sinaí y finalmente habrá de renovarse por tercera vez con el advenimiento de Jesús en donde los privilegios que antes se otorgaban a Israel abarcarán a toda la humanidad.

MORAL: La religiosidad hebrea consta de una serie de leyes de alto contenido moral.  Yahvé como creador del hombre tiene derechos sobre él, es legislador y su ley es considerada sagrada y conveniente para el individuo y la sociedad.
Los principales preceptos morales incluidos en los diez mandamientos son: honrar a los padres; la prohibición de matar; fornicar; mentir; robar; calumniar; y codiciar los bienes ajenos, entre éstos, la mujer del prójimo.
Este decálogo moral rige para hebreos y cristianos.

MESIANISMO: Este comprende dos ideas fundamentales: A) la del futuro advenimiento del Mesías y  B) el papel rector de Israel sobre los demás pueblos.
Ya desde el comienzo de los textos bíblicos se habla de que de la descendencia de Abraham llegará un salvador para renovar la alianza pero en este caso con toda la humanidad.
Ese salvador redimirá con su sacrificio a toda la humanidad.
Coexisten dos visiones de ese Mesías anunciado.  Por en lado es presentado como un rey invencible, dominador de pueblos, o como sacerdote y víctima redentora de la humanidad.
Cuando aparezca la figura de Jesús, habrá de producirse una profunda división dentro de la comunidad hebrea.  Unos la identificarán con el mesías esperado y darán origen a la doctrina cristiana y otros verán en él a un impostor.

CULTO: Si bien al principio  la religión hebrea practicaba un culto individual, luego se trata de una liturgia oficial y codificada.  Existe una tribu, la de Levi, destinada exclusivamente al culto; una familia, la de Aarón, de la que surgen los sacerdotes a lo largo de las generaciones; un templo en Jerusalén y un culto único con sus rituales particulares.
Entre las festividades destacamos: el descanso del sábado para honrar a Dios, la pascua que recordaba cuando el pueblo hebreo debió huir de Egipto, Pentecostés que conmemoraba la promulgación de la ley.


LOS NOMBRES DE DIOS.

Los nombres son Yahvé, Elohim, Adonai y algunas veces El Sadday.
Según tradición hebrea, habría un nombre secreto de Dios, el verdadero, que no se pronunciaba sino una vez al año, por el Sumo Sacerdote, en el día de la expiación.
Yahvé equivale a “soy el que soy” o “el que es”, y así se presentó dios a Moisés y es el más usado.



BIBLIA.  ETIMOLOGÍA DEL TÉRMINO.

La palabra “biblia” procede de la lengua griega y significa “los libros”.
De acuerdo a lo expresado anteriormente, podemos afirmar que la biblia es un conjunto de libros considerados sagrados por vastas civilizaciones.
Tanto para la comunidad judía como para la cristiana, el Antiguo Testamento es considerado sagrado.  Los judíos sólo toman como sagrado el antiguo testamento y los cristianos le dan ese carácter tanto al antiguo testamento como el nuevo.
No obstante ello no se puede afirmar que todo el material que la biblia contiene sea de carácter religioso, pues en ella aparecen: leyes civiles, censos, genealogías, actos administrativos, etc.
Tampoco se la puede considerar una obra literaria en el estricto sentido de la palabra , puesto que su finalidad es sobre todo didáctico, más allá de que existan en ella pasajes de indiscutido valor literario.
El carácter sagrado de estos libros deviene de su condición de considerárselos inspirados por Dios.
Estructuralmente “la biblia” se divide en dos partes llamadas: Antiguo Testamento y Nuevo Testamento.
La palabra testamento significa Alianza, por ello también podemos hablar de Antigua y Nueva Alianza .
En el antiguo testamento se relata desde el origen del universo, pasando a su vez por las diversas instancias que constituyen la historia de este pueblo de origen mesopotámico.
Paralelamente aparecerá aquí el conjunto de leyes de la religión hebrea y se relatarán las diversas instancias de la relación del pueblo hebreo con su Dios.
Por medio de esta Alianza el pueblo judío se compromete a ser fiel a Yahvé y éste a su vez otorgará protección, tierra y descendencia.
El pueblo judío asigna carácter sagrado a esta parte de la Biblia llamada Antiguo Testamento.
En el Nuevo Testamento o Nueva Alianza, ocupará un lugar fundamental la figura de Cristo, considerado por algunos como el Mesías anunciado en el Antiguo Testamento.
Importante espacio en el Nuevo Testamento lo ocuparán los Evangelios que en número de cuatro proporcionarán diversas versiones del nacimiento, vida y pasión de Cristo.
Esta parte de la Biblia es considerada sagrada sólo para los Cristianos y no por los hebreos, puesto que para ellos, Jesús no es el mesías anunciado.
Para la comunidad cristiana ambos testamentos revisten carácter sagrado.





                                                 

FICHA AUXILIAR PARA EL ESTUDIO DE LA "DIVINA COMEDIA"

FICHA AUXILIAR PARA EL ESTUDIO DE DIVINA COMEDIA



TÍTULO: Originariamente Dante llamó a su obra “La Comedia”.  Este título obedece a dos razones: 1- No puede existir la tragedia en una obra que culmina en el paraíso.  La existencia de Dios no da lugar a lo trágico; y 2- está escrita en lengua vulgar y no en latín, como se acostumbraba en la época.
Con el tiempo, se atribuye a Bocaccio, poeta contemporáneo de Dante, el agregado del adjetivo “divina” en función de su temática religiosa.
En una carta de Dante dirigida a Can Grande Della Scalla, el poeta declara haberla llamado “comedia” porque tiene un comienzo turbio y agitado (infierno) y un final sereno y tranquilo(paraíso).

ARGUMENTO: La trama es simple: Dante perdido en las selva oscura, representativa del pecado, recorre vivo el mundo de los muertos según la concepción cristiana.
De acuerdo a esto comenzará su itinerario en el infierno, seguirá en el purgatorio y culminará su trayectoria en el Paraíso.  En las dos primeras regiones será conducido por el espíritu del poeta latino Virgilio, que simboliza la razón y en el último tramo lo acompañará el espíritu de Beatriz, que representa la fe cristiana.  Su itinerario es típicamente cristiano, parte del pecado, transita por el purgatorio para expiar sus culpas y es definitivamente recibido en el Paraíso.
En esta obra Dante aparece como narrador, creador y  protagonista; la obra será planteada en primera persona.
En las distintas regiones, el poeta habrá de encontrarse con diversos espíritus, algunos precedentes del mundo real y otros que sólo son mitos.

ESTRUCTURA: Estructuralmente es de una simetría rigurosa.  Está compuesta por 100 cantos, número considerado perfecto.  Estos cien cantos se distribuyen de la siguiente manera: 1- el primer canto que ofrecía de introducción
2- 33 cantos destinados al tránsito por el infierno
3- 33 cantos destinados al tránsito por el purgatorio
4- 33 cantos destinados al tránsito por el paraíso.
Se nota en toda la obra una preocupación cabalística por parte del autor, el cual insiste en varias oportunidades con el número tres y sus múltiplos.  El número tres tenía gran importancia en el cristianismo, derivado de la Santísima Trinidad: el padre, el hijo y el espíritu santo.
Tres son las regiones recorridas ---33 el número de cantos destinado a cada una de las regiones
9 círculos tendrá el infierno
9 cornisas tendrá el purgatorio
9 cielos tendrá el paraíso

Todos los cantos 33 de cada una de las regiones termina con la palabra “estrella”.
Toda la obra está escrita en tercetos, menos los últimos versos de cada cántica que son cuartetos; en total hay 3 cuartetos en toda la obra.

INFIERNO: Es la región de los condenados eternos; allí reina el dolor y la desesperanza.  No existe posibilidad alguna de salir de él.  Dante proporciona un lugar físico para el infierno.  Es este un enorme abismo en forma de cono invertido que llega hasta el centro de la tierra.  ) terrazas o círculos constituyen esta zona.  El orden de estos espacios tiene que ver con la gravedad del pecado.  A medida que se desciende, el espacio es menos, pero el dolor aumenta.  El último círculo es el reino de LUCIFER y aguarda a los traidores.

PURGATORIO: Es un lugar transitorio; allí las almas llegan a purificarse y tienen la esperanza de alcanzar el paraíso.
Según Dante, el purgatorio es una altísima montaña que se yergue en una isla ubicada en el océano austral, en las antípoda de Jerusalén. En este caso, a diferencia de la región infernal, el trayecto es ascendente.  Está dividido en dos secciones preparatorias y 7 terrazas ascendentes y se formó por la tierra que se abalanzó fuera del infierno por horror, Lucifer.