domingo, 20 de marzo de 2011

LITERATURA BÍBLICA...Las parábolas

LAS PARÁBOLAS DE LA MISERICORDIA


El capítulo XV contiene las llamadas parábolas de la misericordia, a saber, la de la oveja perdida, la de la dracma, y la del hijo pródigo.   Estas muestran, no sólo la generosidad de Dios y la abundancia de sus dones, sino también su misericordia (amor a la miseria), que se refleja en la alegría del pastor, en la de la mujer, en la del padre pródigo.
En el capítulo XV, pone Lucas unos versículos que, sirviendo de introducción al nuevo tema, indican circunstancias de las tres parábolas y nos permiten deducir su finalidad:”Acercábanse a él todos los publicanos y los pecadores para oírle.  Y murmuraban los fariseos y los escribas diciendo: ese acoge a los pecadores y come con ellos.   Entonces les propuso esta  parábola .”
A continuación relata la triple parábola, donde cada una de las partes complementa y refuerza, en progresión gradual, el contenido de la anterior.
Los versículos introductores presentan tres hechos unidos por relación de causalidad: la atracción que ejercía Jesús sobre los pecadores, la reacción que esto provocaba en los fariseos, y la respuesta de Jesús.
Las tres parábolas se presentan como el desarrollo de una sola idea, y de aquí que Lucas diga en singular:”les propuso esta parábola”, fórmula que encabeza no únicamente a la primera, ni a cada una, sino a todas consideradas como unidad y encadenadas llanamente, sin ruptura de cohesión, apenas si, antes de la del “hijo pródigo”, se encuentra como nexo una frase que la enlaza a la anterior mediante la reiteración del verbo inicial: “y dijo también” o “dijo aún más”.

LA OVEJA PERDIDA


En Salmos y Profetas es corriente la imagen del pastor para designar a Yahvé o al Mesías, por tanto, los oyentes podrían entender con facilidad de quién era figura el protagonista de la parábola.
Hay una variación formal interesante con respecto a la mayoría de las parábolas: la inclusión del oyente como personaje, lo que contribuye a la interacción de los planos objetivo y subjetivo y compromete personalmente al interlocutor.
“¿Quién de vosotros si tuviera cien ovejas...?”
Probablemente, muchos fariseos murmuradores poseían ganados, aunque ninguno los pastorease por sí mismo y en alguna ocasión habrían exigido a sus criados la búsqueda incansable de la oveja perdida.  Lo que ellos imponían por interés de valoración económica, Jesús lo muestra en su conducta como originado por el amor.
FARISEOS------- DINERO
JESÚS        ------- AMOR
La habilidad del narrador que persigue un fin escamotea detalles que habrían atenuado la carga emocional del relato.
No hay descripción de paisaje; sólo alusión:”en el desierto”.
Sucede que una oveja se pierde, o sea se aleja del pastor.  Jesús dice que el amor debe ser libre, la fidelidad, agrega, debe someterse a prueba.
El rebaño entero representa a la humanidad, cada hombre es libre para perderse o para permanecer fiel, pero debe testificar su amor en la fidelidad con que supera la prueba.
Si se extraviare, irá el buen pastor tras él, porque lo ama; si permaneciere, deberá enfrentarse a nuevos obstáculos, a la prueba más dolorosa pero más inequívoca del amor del pastor: la confianza que permite el abandono, la ausencia que parece menosprecio, la soledad acaso, reputada como injusticia.
Los versículos que siguen destacan tres ideas a través de las correspondientes acciones: el amor impone la constancia en la búsqueda-hasta encontrarla-, la ternura con que se expresa la alegría –en hallándola se la pone sobre los hombros-, la comunicabilidad del gozo –y llegando a casa convoca a sus amigos y vecinos diciéndoles: “Regocijaos conmigo porque he hallado la oveja mía que se me había perdido.”
Las tres parábolas muestran las consecuencias del pecado y del retorno desde el punto de vista de Dios.  Por eso habla Lucas de la oveja perdida, no descarriada, como para justificar su actitud respecto a los pecadores.  La suerte de la oveja se calla y Jesús hará hincapié tan sólo en los sentimientos del pastor entristecido, y mostrará el reencuentro como necesario a su alegría.

LA DRACMA PERDIDA



La sucesión de las tres parábolas y el encadenamiento parafrástico de ideas son claro ejemplo de paralelismo progresivo, la relación se indica con el nexo formal, la conjunción.  En cuanto al contenido, se encuentran análogas circunstancias y personajes que se corresponden: alguien que pierde un bien, la búsqueda que realiza, la alegría por el bien recobrado.
Las variaciones son de escaso valor.  La elección de la mujer como protagonista, además de otro medio para reiterar la idea, permite llegar con nueva imagen a todos los oyentes, muchos de los cuales, acaso por su vida ciudadana o por las ocupaciones de su sexo, podrían permanecer indiferentes ante la conducta del pastor.
El valor económico de la dracma no interesa, lo que se desea destacar es la idéntica disposición de Dios, igual amor, igual alegría frente a cada pecador recobrado, como si fuese el único bien y no uno entre muchos.  Para lograrlo se utiliza la gradación: uno entre cien –oveja perdida-, uno entre diez –dracma-, uno entre dos –hijo pródigo-.
El realismo en la descripción se logra directamente mediante la enumeración de acciones: vemos a la mujer afligida, inquieta, que enciende la luz, busca, barre, pone todos los medios a su alcance para encontrar su moneda.  En su afán muestra el valor de lo perdido.
La fórmula final, aquí también encabezada por el toque de atención y de autoridad “yo os digo”, contiene algunas diferencias con el fragmento paralelo de la oveja perdida: aquel indeterminado cielo, perífrasis que por reverencia religiosa usaban los hebreos para designar a Dios, es, en la parábola primera, el lugar de la fiesta, mencionado en vez de los participantes.
La dracma, seguramente acuñada, representaría la imagen de Dios y que se pierde por el pecado.  La búsqueda, la lámpara que se enciende, la casa que se barre, figuran el trabajo de esclarecimiento interior .  La alegría del encuentro y su comunicación s
ignifican la felicidad del que recobra la gracia.

PARÁBOLA DEL HIJO PRODIGO


Comienza presentando los personajes principales e indicando su mutua relación.Como en la narrativa oriental, y siguiendo la tradición bíblica expone dos hermanos, así, Caín y Abel, José y sus hermanos.  A diferencia de lo sucedido en aquellas historias y por su proceso literario más evolucionado, va desplazando el interés del oyente de uno a otro, y cambiando su inicio: el mayor aparece al principio como el justo, pues aunque se omite lo que a él atañe, la conducta del menor destaca la suya, recién al final se advertirá su dureza de corazón, y entonces todas las simpatías se volcarán al pródigo.
El autor dice poco , pero es tan vivo su relato que pone en juego la imaginación y la experiencia de quien lo escucha, como lo prueban las reconstrucciones y comentarios que abundan en la literatura religiosa y profana.
Indudablemente, el padre era un hombre rico, a ello aluden la herencia cuya repartición se pide, la presencia de numerosos criados y jornaleros en la casa, el festín, los coros y danzas del banquete.
De los jóvenes sólo se dice que eran dos, y que uno reclamó la parte que le correspondía, casi anticipando la muerte del padre, en actitud desaprensiva y cruel.  Según la ley hebrea, correspondían dos tercios al primogénito y uno al menor, pero no era costumbre desmembrar la heredad sino que la posesión en común se mantenía como resabio patriarcal.
Hay mucha sobriedad a la hora de enumerar datos precisos.  Su callar detalles permite atribuir al joven otras razones que la mera sensualidad, demasiado destacada .  Lo fundamental en esta parábola, no es la actitud del pecador, sino la del personaje que figura a Jesús o a Dios, y por esto se omite la narración del proceso que llevó a la ruptura y al alejamiento.  Sean cuales fueren el pecado, sus causas y sus consecuencias, la misericordia permanece inalterable.
Defectos propios de la edad, llevaron al joven a tomar la decisión de irse.
El joven parte hacia otro país, donde el placer no provoque ningún juicio de los conocidos.  Allí lleva una vida desordenada, en la que despilfarra pródigamente su caudal, su juventud y sus ilusiones.
Ese país lejano es símbolo del mal trueque: dejó la paz del oasis por el espejismo fugaz.
El relato señala tan sólo los elementos que servirán para destacar la miseria posterior; ni siquiera se habla de las rameras de cuya frecuentación dirá luego la dureza del hermano mayor.
Se acaba el dinero y con él desaparecen los amigos ganados en el placer.  A las circunstancias particulares se añade la calamidad general: el hambre de enseñorea de aquella tierra y el joven debe realizar como criado las tareas que desdeñara siendo señor y debe cuidar cerdos animales impuros según la ley, y hasta envidiará la comida de éstos.
La soledad, el hambre, la miseria, símbolos del sufrimiento en general, y del fracaso, son el medio eficaz para dar al pródigo la nostalgia del bien perdido.  “Entrando en sí mismo...”, dio el primer paso hacia su salvación.  Su ,miseria le abre los ojos para ver la triste realidad de su alma.  Su primer grito es de un animal que sufre: tengo hambre.
Resuelve actuar: “Me levantaré e iré...”.  Hay pues, conciencia del pecado, dolor de haberlo cometido y urgencia de reparación.
Está dispuesta a afrontar cualquier humillación para reconocer ante el padre su error y repararlo.
El amor del padre que un día lo dejara libre para escapar a su solicitud, lo esperaba desde entonces en el fondo de su corazón.  Allí lo encontró el pródigo cuando entró dentro de sí.
Por otra parte, para causar la alegría del padre y obtener su perdón, habrían bastado el regreso del hijo y su arrepentimiento, si este hubiese sido sincero, aunque no procediese del amor sino de las oscuras aguas del temor.
Continúa luego, la parábola: “Y levantándose fue a su padre...”.  La prontitud de acción dice la recta intención: cuando vio claro comenzó a actuar.
El pródigo viene solo, miserable su aspecto, dolorida su alma: no tiene bellas historias, no tiene la conciencia tranquila, sabe que pedirá perdón pro ignora lo que le espera.   Está el padre... pero él no sabe las honduras del corazón de ese padre.  Sin embargo éste lo vio “cuando aún estaba lejos” y “enterneciéndose corrió a su encuentro, le echó los brazos al cuello y lo besó”.
El gesto de sometimiento, apenas esbozado, es contenido por el abrazo, las palabras de humildad, que reconocen la culpa y piden el castigo, son cortadas por el beso.  El padre “pródigo de amor” no contesta con palabras sino con la actitud que restituye al viajero la dignidad de hijo con todas sus prerrogativas.
No hay ningún reproche por parte del padre, ninguna amonestación.  No echa en cara el mal antiguo pero tampoco lo desconoce: el hijo había muerto, el hijo se había perdido, pero aquello es el pasado, ahora vive, ha sido hallado.  El perdón borra la culpa y sella el amor.
Hasta aquí, la parábola del hijo pródigo se corresponde en sus líneas generales con las otras dos: pérdida, encuentro, alegría comunicativa.  Más la parábola no termina acá: entra en escena el hijo mayor, cuya conducta, opuesta a la del padre, contrasta  formando un paralelismo antitético.
Su presencia en natural, realista: llega a la casa después de la dura jornada de labor, lo sorprenden la luz, la música.  Interroga a un criado.  Sale el padre a buscarlo, y el diálogo, breve y rico, es una obra maestra de psicología.
El hermano protesta con la exaltación de su propia conducta, casi acusando al padre de no haber merecido su fidelidad.  No se sintió con libertad de hijo para usar de los bienes que el padre le acordara al repartir la herencia.  Para acrecentar su perfección, destaca los defectos de su hermano y lleva su repudio hasta negar los lazos que lo unan a él: “ése hijo tuyo...”.El padre, que muestra igual amor y solicitud a cada uno como si fuera el único, pasa por alto la defensa de sus derechos.  Comprende que el mal del mayor es un corazón reseco, responde con el :”hijo mío” y con la mención de los dones del amor:”Tu siempre estás conmigo...”es decir, el que ama de veras  prefiere el amado a los beneficios del amor, su presencia y su amistad a los dones: el que ama, posee todo y ninguna riqueza supera a la libertad que concede la mutua donación.  Por eso está purificado el menos, ha resucitado, ha sido hallado, porque ha buscado de nuevo la presencia, porque ha intentado reanudar el diálogo que ayer rechazara.      

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